Artes sonoras como vehículo de la memoria

En este blog, Sören Molano-Cajamarca describe su experiencia de asistir a una lectura ritual y argumenta que es una forma de dar un registro visible y auditivo a lo irrecuperable y la trascendencia del dolor.

Imagen reproducida con permiso de la autora.

La Lectura Ritual se ha situado como propuesta de la Comisión de la Verdad que opera como una práctica pedagógica de lo irrecuperable y de circulación de los testimonios recolectados a nivel institucional.  La lectura del Volumen del Tomo de Testimonios del Informe Final supone un ejercicio memorial en el que se lee el pasado doloroso que fue constituido por la guerra en Colombia.  Relatos del conflicto armado son leídos en voz alta para un grupo de personas que se disponen a escucharlos.  Se genera un acto ritual con gestos, palabras, acciones u objetos escogidos por su valor simbólico.  Son dispuestos para revivir imágenes espectrales de un país herido bajo distintas subjetividades y experiencias particulares de cada individuo.  Lo que también tiene por objetivo dar un lugar para el recuerdo, reafirmar la historia compartida e incluso el olvido.  La última lectura ritual se llevó a cabo en El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en Bogotá.  El 28 de junio del 2023 a las 18:07 al crepúsculo.

Este encuentro tuvo una narrativa fúnebre.  Partió de conducir con sonidos al espectador.  Inició con las palabras del ex Comisionado Alejandro Castillejo quien dio apertura al espacio y todos se condujeron al centro del monolito de CNMH.  El camino estuvo conducido por antorchas, en la mitad del mismo hay dos montajes: Uno, del Colectivo Lab Memoria que es un dispositivo de apropiación de los contenidos del Informe de Final de la Comisión de la Verdad.  El teatro miniatura o teatrino de trasmedia se vio como una cabina negra de revelado donde podía entrar solo una persona.  Había una silla, audífonos y un mini telón que al abrirse revelaba un textil con trasparencias.  En él se proyectaban diferentes imágenes en movimiento que representaban quehaceres cotidianos en la ruralidad colombiana.  Dos, una pieza de arte plástico, un fragmento de tronco de árbol modificado y presentado como herido.  Estaba astillado, cortado y en su centro sobresalía una herida, un hueco, un vacío.  La materialidad está acompañada por un pequeño texto[1] de la artista, autora de la obra: Claudia Gaitán.

Posterior a ello, al final del camino estaba la sala dispuesta con luz de color rojo, un lugar en la penumbra, saturado por la sangre.  Adicionalmente, sillas distribuidas como un caracol que evocó lo cíclico, lo espiral y lo circular.  En el centro del caracol: el micrófono, una persona leyó uno de los testimonios, la voz (espectador) tomó un cuerpo que no era el suyo (víctima/sobreviviente).  Se emitió así la palabra: el testimonio.  En la parte de atrás instrumentos musicales y las gradas donde se ubicaban más personas.  La apertura del lugar se hizo con la disposición del cuerpo.  Pues la escucha es un ejercicio corporal, no solo auditivo.  El sonido se convirtió en escenario de provocación social.  Todos se sentaron en el espacio para la preparación con tazones cantadores/cuencos tibetanos y un cuerno/shofar.  La música llevó el recorrido.  La espectralidad fue clara en la escena, la memoria pertenece a una dimensión espectral y fantasmagórica del pasado.  En el monolito a oscuras se ubicó geográficamente el pretérito de la historia por medio del sonido.  Los testimonios son de diversos lugares y se reunieron allí, en la atemporalidad, en el evento ceremonial de la Lectura Ritual.  El intermediario fue el paisaje sonoro que reveló, a propósito de la luz roja en el proceso de revelado de la fotografía análoga, una imagen polifónica de la guerra.

Hubo un predominante carácter fantasmagórico de la fotografía análoga, en relación con el carácter fantasmagórico de la memoria en el evento.  Ambas revelan una imagen del pasado, un negativo (persona).  Se expone a químicos (da su testimonio).  Este vivifica lo acontecido con la cristalización de las sales metálicas de plata (es registrado a nivel institucional).  Y, finalmente, se amplía en el papel, es lo que conocemos por foto (por último, se amplía el testimonio al ser leído por una audiencia.  Quien lo reconoce y apropia como vehículo de memoria histórica). 

La Lectura Ritual consistió en un performance, es decir, una puesta en escena donde se imbrica lo gestual, corporal y narrativo como un campo de fuerzas simbólicas.  Fue un acto de intervención efímero.  Trascendió las fronteras disciplinarias de lo artístico, jurídico, social para ser un acto de resonancia en cada uno de los participantes.  Interrumpió el espectáculo hegemónico de la institucionalidad estado-céntrica.  Compartió las historias, democratizando las experiencias y sensibilizando sobre la guerra que ha apremiado al país por más de 60 años.  Puesto que, el performance opera como un ejercicio de transferencia de información y construcción colectiva de un saber social.  Se nombra para abrir la historia y crea identidades.

La memoria y la voz crean identidades colectivas bajo la pregunta: ¿Qué nos pueden decir los otros desde sus trayectorias que pueden ser compartidas, que pueden ser las nuestras?  Cuando se escucharon las historias de terror, se encontraron lugares comunes frente a las implicaciones de nacer y crecer en un país en guerra.  El conflicto armado en Colombia fracturó el tejido social.  El volver al pasado creó un espacio para el cierre, la catarsis y la memoria que hace posible reconectar con los otros y hacer un tejido colectivo.  El objetivo final fue construir un lugar para que la palabra fuera acogida de manera sacramental y en un contexto ceremonial.  Dado que, lo ceremonial permite marcar transiciones, honrar lo que para una sociedad es importante, fortalecer la cohesión social, expresar emociones colectivas y conectar con lo sagrado. ¿Qué más sagrado sino la historia propia?  El cuerpo social tiene la capacidad de generar recursos espirituales para superar o trascender la angustia y el dolor de lo indescifrable.

En ese mismo sentido, al finalizar el evento se prendieron velas cálidas y se prendió una luz amarilla.  Con el testimonio, la verdad y la luz.  La narrativa que fue revelada y fue claro verla para el cierre como una manera de legitimar el mundo de lo herido.  Siendo el dolor un modo de reconocerse como parte esta comunidad, ya que los macroprocesos históricos se entrecruzan con los microprocesos personales.  En conclusión, la memoria adviene en el sonido y es un fenómeno del presente que está enraizado con el pasado.  Por eso, evoca una espectralidad, desde la voz, desde la imagen, desde lo análogo.  La Lectura Ritual es un espacio de entendimiento para el trauma y la herida que dejó la guerra.  Pues la violencia regresa manifestándose sonoramente.  Este montaje público incluso es un juicio que denuncia, canaliza el dolor y niega la censura o el olvido.  Cumple una función restauradora por la no impunidad, la reparación y no repetición de los hechos que nos aquejan como país.  Una suerte de paroxismo, ética, poética y política del recuerdo.  Rememorar tiene implicaciones discursivas que entreteje múltiples vestigios.

La Lectura Ritual, es esencial más en tiempos de necropolítica y amnesia obligatoria.  En efecto, es una forma de dar un registro visible y auditivo a lo irrecuperable y la trascendencia del dolor.  El otro que narra es una presencia viva en cuerpo de quienes oyen.  La voz aporta una intensidad desmaterializada con una capacidad transformativa que hace que poco a poco se escudriñe en la taxonomía, las texturas y las capas del testimonio.  La Lectura Ritual es un acto de contemplación que penetra en la intimidad de la violencia.  Sitúa la densidad semántica de la palabra donde estuvo la muerte.


[1] “Al igual que la madera el cuerpo es resistente, maleable, inflamable, solvente, flexible, en ambos podemos imprimir, marcar, taladrar {…} Tantas cosas bellas y tan atroces al mismo tiempo.”

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